En el vasto tapiz de la existencia, se entrelaza una sutileza que resuena con un eco profundo y penetrante: La Palabra.
¿Es la Palabra la que forja nuestra existencia o somos nosotros quienes le damos forma?
El Génesis, un fragmento fundamental en la saga literaria de la humanidad, comienza con un axioma que desafı́a a nuestra comprensión:
“Al principio era la palabra. Y la palabra estaba con Dios. Y Dios era la palabra.”
Ante estas simples pero profundas palabras, uno no puede más que detenerse, preguntándose: ¿Dónde reside realmente el poder de la Palabra?
Al adentrarnos en las páginas sagradas de la Biblia, asumimos una aparente linealidad, una travesı́a cronológica que nos lleva desde la creación hasta la redención. Sin embargo, surge la cuestión:
¿Han aprovechado los autores a lo largo de las décadas esta presunta linealidad para dar forma a las innumerables y complejas ideas que contiene este texto fundacional?
Tres líneas,
tres componentes, una santísima trinidad que de alguna manera recuerda al sueño lúcido del hermano Klaus, un sueño que evoca los arquetipos de Carl Jung. Pero,
¿necesitamos realmente 3 partes para formar la Palabra: pasado, present e y futuro?
¿Es posible que estas 3 dimensiones conformen la experiencia total de nuestro Ser, consciente e inconsciente?
Cada individuo percibe la realidad de manera singularmente subjetiva, coloreada por 3 componentes únicos para cada uno de nosotros.
Según el libro “Sapiens”, el origen de la consciencia se situarı́a en la revolución cognitiva, en la creencia en las ideas. Pero,
¿Cómo se gestó esta capacidad que nos distingue como humanos? ¿Fue el consumo de una seta alucinógena ,quizás, lo que despertó la humanidad en el mono, llevándolo a aclamar, con el paso de los siglos, que el Sol era un Dios?
La Palabra, al parecer, fue el principio. Es a través de la Palabra que el caos se vuelve tangible, que las fantası́as de nuestra conciencia se materializan y se comparten en la sociedad. Esta idea, inmutable y eterna, ha estado incrustada en nuestra psique durante milenios, dictando nuestros actos.
Y no sólo eso, sino que meras acciones, como pronunciar “tengo cáncer”, pueden cambiar por completo al individuo. Los sistemas que “gobiernan” al individuo, en su expresión más simple, son la dopamina y la serotonina, sistemas neurológicos que parecen resonar con la mitologı́a griega, el infierno de Dante, o la Biblia. Entonces surge la pregunta:
¿Fue la Palabra la que condujo a estos sistemas a funcionar de la manera que la ciencia los explica hoy en dı́a?
Desde un simple “hola, qué tal” hasta la más profunda traición, parece haber tres factores operando en el interior del individuo. Estos parecen ser los pilares inconscientes que definen el yo en la extensión infinita atribuida por Jung al inconsciente colectivo. El caos se transforma en orden a través de la Palabra, haciéndonos conscientes de nuestro yo.
Esta es la esencia de la idea cristiana y su pilar fundamental del Logos.
Por tanto, fue en el Logos, en la Palabra, donde el ser humano comenzó a dominar, a creer en la idea y por consecuencia natural, actuar en base a ella.
La Palabra fue la chispa que encendió la llama de la humanidad, permitiéndo desarrollarnos como seres humanos, crear obras literarias como la Biblia, obras que perduran más que cualquier piedra o imperio que haya surgido en la película de la humanidad.
Y aun ası́, parece que todavı́a no hemos llegado a la conclusión.
Al final de esta profunda reflexión, nos encontramos en la cresta de un abismo insondable: la comprensión de la Palabra, el Logos. La Palabra, la cual, según el Génesis, fue el principio de todo.
Pero,
¿Hemos logrado entender su naturaleza tridimensional, entrelazada en el pasado, presente y futuro de nuestra existencia, o estamos apenas rozando la superficie?
El poder transformador de la Palabra se nos revela en cada instante de nuestra vida, en cada “hola” y “adió s”, en cada confesión que altera nuestra realidad de formas inimaginables. Nos maravillamos ante el poder de la Palabra que nos permite compartir ideas, forjar realidades y trascender el tiempo. Sin embargo, ¿realmente comprendemos la esencia de la Palabra?
¿O es posible que estemos perdiendo de vista alguna dimensión aún descon ocida?
La Palabra, ese eco divino que ha tejido la danza de la vida desde el comienzo de la consciencia, parece tener un vínculo profundo con lo que somos, lo que fuimos y lo que podemos llegar a ser. El poder de la Palabra, a la vez maravilloso y aterrador, nos lleva a cuestionar la esencia de nuestra existencia y a preguntarnos:
¿Somos nosotros los que damos forma a la Palabra, o es ella la que nos da forma a nosotros?
¿Es posible que la Palabra tenga aún más poder del que hemos percibido hasta ahora, un poder que nos permita alcanzar alturas insospechadas o, en contraste, que nos hunda en abismos de confusión y desesperación?
La cuestión que nos plantea esta reflexión es tanto intrigante como desconcertante, una que nos invita a cuestionar la naturaleza de la existencia y la realidad misma.
¿Es Dios un mito derrumbado por la ciencia, o apenas estamos en punta del iceberg, ignorantes aún de las profundidades de misterio que yacen debajo?
En última instancia,
¿Estamos preparados para descubrir el verdadero poder de la Palabra?
Atrévete a dudar