Imagina, querido lector, sumergirte en el intenso océano de pensamiento qu einunda la filosofı́a de Friedrich Nietzsche. Un profeta incansable de la crítica devastadora hacia las instituciones cristianas, Nietzsche desplegó su pluma para desnudar una historia de siglos de corrupción y maldad, convenientemente velada bajo el sagrado nombre de Dios.
¿Podrı́a existir mayor audacia que desafiar la supuesta divinidad de tales acciones?
Te podrı́a guiar por las intrincadas ramas de este episodio histórico , pero me atrevo a creer que comprendes las sombras a las que me refiero.
Pero aguarda, lector, que la trama se espesa. Nietzsche, el azote de la Iglesia , sorprendentemente, atribuye a ella el nacimiento y triunfo de la ciencia.
En este panorama contradictorio, se deja entrever cómo el cristianismo fue el catalizador para que la mente europea forjase un marco interpretativo universal , arraigado en la creencia de la existencia de un ser supremo, de Dios. Ası́, con la mirada en lo divino y los pies en lo terrenal, se alumbró la ciencia, ese incansable explorador del mundo natural.
La biologı́a, mi estimado lector, es un ejemplo brillante de esto.
En ella, la búsqueda de la divinidad se fusiona con la comprensión del mundo. Cada organismo, cada célula, cada molécula de ADN, se convierte en un versículo de ese gran libro de la vida que la ciencia busca descifrar. Y en cada detalle, en cada rincón de este inmenso cosmos biológico, persiste la huella de ese marco de pensamiento trazado por el cristianismo.
Un marco rodeado por un logos, en este caso, la biologia.
De este modo, Nietzsche nos presenta un fascinante entramado, una danza de luces y sombras, donde la religión y la ciencia, lejos de ser antagonistas, se funden en una compleja y sugerente simbiosis.
Con el nacimiento de la ciencia, la sociedad europea se dio cuenta de que podı́a perseguir la verdad y comprender cómo funciona el mundo sin necesidad de la religión.Por tanto,en aquellos siglos comenzó a surgir un enfrentamiento entre la religión y la ciencia, lo cual hizo que la propia mente europe a cuestionara sus fundamentos, despertara y se preguntara:
¿Cómo hemos llegado a creer en todo esto? Es como despertarse un dı́a y preguntarse por qué se pone un árbol de Navidad. Lo que quiero decir con esto es que los rituales que llevamos a cabo a diario duran mucho más que el propio motivo del ritual.
Ası́ que llegó Nietzsche lanzando en el aire de aquel siglo XIX la impactante proclamación: Dios ha muerto. La noticia cayó como un meteorito incandescente en el plácido lago de la sociedad, causando olas de conmoción y estelas de júbilo. ¿Puedes imaginarlo, lector? Muchos vitoreaban en plazas y calles, celebrando con brindis y risas despreocupadas como si de una fiesta se tratara. Hasta el dı́a de hoy, persisten esos festejos, como un eco que no se quiere desvanecer en la historia.
Pero fue Nietzsche, el hombre del grito apocalı́ptico, quien entre la euforia se detuvo a analizar las consecuencias de su propia sentencia.
Ası́ que allı́ estaba Nietzsche, con esa voz cargada de premoniciones, anunciando no sólo la muerte de Dios sino también proclamando algo más inquietante:
No habrı́a suficiente agua en este puto mundo para limpiar los ríos de sangre que estaban por venir.
Y dime, lector, ¿qué vino después?
¿Te lo puedo contar? Puedo ver tus ojos saltar por las palabras, ansiosos de saber, ansiosos de entender.
Estalló una segunda guerra mundial, pintando el cielo con explosiones y el suelo con los restos de lo que alguna vez fueron vidas.
Luego vino la China de Mao, la danza de la muerte de millones de vidas en el nombre de una revolución roja.
Y ni hablar de los Gulags de la URSS, donde los sueños y esperan zas se congelaban hasta volverse frágiles como cristal y se rompı́an en miles de pedazos.
Y la Alemania nazi, por supuesto, donde el horror y la demencia bailaron un vals macabro, dejando una estela de destrucción que aún hoy, decenios después, nos sigue helando la sangre.
¿Coincidencia? Ah, amigo mı́o, la vida a menudo es más extrañ a que la más r etorcida de las ficciones. Y en la trama que Nietzsche dejó escrita con sus palabras, parece que el destino quiso jugar su cruel partida. Porque después de todo,
¿no fue él quien predijo estos ríos de sangre? Y, sin embargo, seguimos aquı́ , buscando agua para limpiar nuestras culpas.
Atrévete a dudar