En una época que ya parece lejana, antes de que el mundo se convirtiera en una aldea global, destacar era un acto casi natural, un juego de niños.

Un mundo donde la gente que conocı́as se contaba con los dedos de las manos y no con un contador de seguidores. En aquel entonces, tener una carrera universitaria era como poseer un tesoro, un privilegio reservado para unos pocos elegidos.

Pero entonces, como un viento imparable,llela globalización.Y con ella, el mundo se hizo más pequeño. De repente, podíamos ver no solo las vidas de nuestros vecinos, sino también las de aquellos que vivı́an en mansiones doradas o en chozas de barro. La globalización nos mostró un espejo de la humanidad en toda su diversidad y complejidad.

Y en ese espejo, vimos reflejada nuestra propia insignificancia. No importa cuán brillante seas, cuán talentoso, cuán trabajador, siempre habalguien en algún lugar del mundo que lo haga mejor.
¿Qimporta si eres el presidente de tu comunidad, cuando hay alguien que es el presidente de los Estados Unidos?

Este es el mundo en el que vivimos ahora. Un mundo donde la excelencia es relativa y la comparación es inevitable.

Un mundo donde, a pesar de todo, debemos encontrar nuestra propia voz, nuestro propio camino, nuestra propia manera de destacar. Porque al final del dı́a, no se trata de ser el mejor del mundo, sino de ser la mejor versión de nosotros mismos.

En el fondo de nuestras entrañas, en ese rincón oscuro y húmedo donde se esconden nuestras verdades más crudas, vive una voz.

Una voz que no necesita presentación, porque ya la conoces. Es esa voz que te susurra al do en las noches más oscuras, esa voz que te compara con el mundo y te recuerda lo pequeño que eres.

Esa voz, ese espíritu interno, es un maestro en el arte de la comparación. Te muestra a esos jóvenes de veinte os que ya son millonarios, que ya han conquistado el mundo mientras tú apenas puedes conquistar un libro. Te recuerda, con una crueldad que solo puede tener la verdad, lo inútil que puedes llegar a ser.

Y lo peor de todo es que esa voz, por muy cruel que sea, tiene razón. Porque en este mundo, siempre habalguien mejor que tú , siempre habalguien que haya logrado más. Pero eso no significa que debas rendirte.

Porque al final del dı́a, la única voz que realmente importa es la tuya. Y esa voz, por muy pequeña que sea, tiene el poder de cambiar el mundo.

El fracaso es el precio que pagamos por tener estándares, para que el mecánico que realiza su trabajo de manera honesta pueda recibir mayor reconocimiento a través del dinero que el mecánico que se dedica a engañar a sus cli entes.

No obstante, aquellos que se encuentran en la parte de abajo de la jerarquı́a social tienden a ser infelices, lo cual es completamente normal. Son sus niveles de serotonina indicándo que no está donde deberı́as estar, en términos sociales.

Es un trago amargo, un golpe duro a nuestra autoestima, asumir nuestra in ignificancia en el vasto universo de la existencia. Jordan Peterson, con su mirada aguda y penetrante, ha observado mo una generación de psicólogos propone “ilusiones positivas” como el bálsamo para nuestras heridas emocionales, como el camino más seguro hacia la salud mental.

Te venden una felicidad prefabricada, un espejismo de contento. Te instan a retorcer la realidad hasta que se ajuste a tu comodidad, a pintar un arcoiris en un cielo nublado. Te ofrecen un velo de mentiras para ocultar la crudeza de la realidad, sugiriendo que el mundo es tan desolador que solo a través de la ilusió n puedes encontrar refugio.

Pero, ¿cuánto vale realmente esta estrategia?


¿Cuántas sesiones de terapia puedes pagar antes de darte cuenta de que estás construyendo castillos en el aire? No podemos engañar a nuestra conciencia sin pagar el precio, aunque este se haga visible solo a largo plazo.

Por lo tanto, la verdadera fortaleza radica en aceptar nuestra posición, por más humilde o dolorosa que sea, y buscar siempre la mejora. Es como perseguir una estrella en el cielo nocturno, sabiendo que nunca podrás alcanzarla , pero que cada paso que das en su dirección te hace crecer.

Porque la felicidad no se encuentra en lo que posees, ni en la comparación con lo que otros tienen.

La felicidad reside en la persona en la que te conviertes. Una persona fuerte, capaz, que no se desmorona ante la voz interna que le recuerda sus imperfecciones, sino que se fortalece con cada recordatorio de que siempre puede aspirar a más.

Y aquı́ radica la esperanza, la luz al final del túnel. Porque cada dı́a es una nueva oportunidad para crecer, para aprender, para convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Y aunque la voz interna pueda ser dura, también puede ser nuestra guı́a, nuestra luz en la oscuridad.

Atrévete a dudar

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