Imaginemos por un momento un continente europeo sumido en la oscuridad, una oscuridad que se cierne sobre él tras la proclamación de la muerte de Dios.
Este evento, más que un suceso literal, simboliza una profunda crisis de identidad que sacudió los cimientos de la sociedad en el siglo XIX y se manifestó en el siglo XX.
En este escenario, cada individuo se encontraba en una búsqueda desesperada, anhelando un faro de fe en el que anclarse. El cristianismo, que una vez fue un refugio seguro para muchos, comenzó a desmoronarse, dejando a las personas en un estado de incertidumbre y desasosiego.
Las instituciones que habı́an sido los pilares de la sociedad, como la iglesia y la monarquı́a, se encontraban en un estado de decadencia.
Habı́an sido corrompidas y superadas, quedando obsoletas en la cara de la revolución industrial y cientı́fica.
Este cambio de época, marcado por el avance imparable de la ciencia y la tecnologı́a, dejó a estas instituciones atrapadas en el pasado, incapaces de adaptarse a la nueva realidad.
Ası́, nos encontramos en un momento de la historia donde la fe y la identidad se convirtieron en cuestiones personales, y la búsqueda de un nuevo sentido de pertenencia se convirtió en el desafı́o de una era.
Marx y Engels,dos figuras que emergen de la bruma de la historia no eran meros mortales, sino mentes preclaras, capaces de esculpir una ideologı́a que reflejaba los problemas más arraigados y persistentes de nuestra sociedad.
La igualdad, ese fantasma que ha perseguido a la humanidad desde tiempos inmemoriales, fue un pilar de su obra, un espejo en el que se reflejan nuestras luchas y desafı́os más profundos.
Estos son problemas que con el tiempo varı́an, pero la esencia se mantiene. Sin embargo, eran cuestiones las cuales solo Dios podı́a responder pero ahora el propio ser humano se atrevió a retarlas y ofrecer una sol ución.
La igualdad no es el único problema eterno, pero sı́ que está siendo una temática que perdura en la superficie del consciente del individuo en Europa. Por ejemplo, aquı́ tenemos un ministerio de igualdad, el cual ya que no se enfoca en la lucha de clases, sino en la lucha de los sexos.
O al menos esa es mi humilde interpretación.
Volviendo a los inicios del marxismo y posteriormente el comunismo, hay que destacar lo siguiente.
Durante todo el manifiesto, el cual recomiendo leer después de leer a Orwell, ofrece unas afirmaciones simples pero que convencen. Afirmaciones que cualquiera puede entender no solo la afirmación en sı́ pero la lógica que hay detrás de ello.
Sin embargo, en lugar de cuestionar sus propias convicciones, optaron por a brazar sus pensamientos como si fueran verdades incuestionables, y sus soluciones, como si fueran las únicas posibles.
En este punto, uno no puede evitar recordar el infierno de Milton, donde Satanás, esa figura a menudo asociada con la razón, se sumerge en un amor ciego por sus propios ideales, en un lugar donde el error parece haber sido desterrado.
Pero, ¿no es acaso este un camino peligroso?
¿No es este el sendero que conduce a la ceguera de la razó n, donde la duda y el cuestionamiento son vistos como enemigos en lugar de aliados?
Estoy firmemente convencido de que es precisamente aquı́ donde se encuentra la cuna de todas las ideologı́as.
Establecen un axioma concreto y a partir de él se construye una «utopı́a» o un futuro ideal expresado por los seguidores de la correspondiente ideologı́a . Esto no es algo nuevo, en el manifiesto comunista escrito en 1848 ya podemos apreciar algo similar.
En él se expone durante todo el manifiesto que la desigualdad y las desgracias de una sociedad son causadas por la desigualdad entre el pueblo, en particular el trabajador, y los burgueses que se dedicaban a comer y disfrutar de los esfuerzos de los primeros.
Puede que en parte se tuviera razón, pero querido lector, este tipo de presuposiciones no pueden convertirse en axiomas por los cuales tienes que vivir y, sobre todo, no cuestionar.
La vida y el funcionamiento de una sociedad son mucho más complejos que culpar a otro por tus desgracias, por muy lógico y convincente que pueda sonar.
Porque, si algo nos ha enseñado la historia con su cruel y despiadada maestrı́a, es que cuando una sociedad comienza a tolerar ciertos mensajes, se está abriendo, sin saberlo, la puerta al mismísimo infierno.
La sociedad, ese tejido delicado y complejo donde las personas deberı́an cooperar y ayudarse mutuamente, se transforma en un campo de batalla.
Un escenario donde se libran luchas encarnizadas entre el opresor y el oprimido , el trabajador y el burgués, el hombre y la mujer, el patriota y el inmigrante .
Y ası́, querido lector, te dejo con un consejo que siempre he sostenido: cuestiona todo lo que piensas, pues en esa interrogación se halla la esencia del pensamiento crítico.
No des por sentado que un pensamiento es verdadero, aunque su lógica te seduzca y su encanto te atraiga.
No todo lo que brilla es oro, y no todo lo que parece verdadero lo es.
Atrévete a dudar.