En el tumulto frenético de la vida moderna, envueltos en un mar de responsabilidades y expectativas, es fácil extraviarse y olvidar quiénes fuimos antes de que el mundo nos moldeara a su antojo.
Charles Bukowski, aquel escritor célebre y condenado, nos desafı́a a reflexionar sobre este enigma trascendental:
«¿Puedes recordar quién eras antes de que el mundo te dictara quién debı́as ser?»
Es asombroso cómo una simple frase puede capturar nuestra atención y desencadenar un torbellino de preguntas en nuestro interior. En un mundo donde las respuestas se encuentran al alcance de un clic, esta pregunta nos insta a adentrarnos en una búsqueda profunda de nuestro verdadero ser.
En la era del arte y la literatura del siglo XXI, una época de superficialidad y gratificación instantánea emerge una distinción crucial entre el artista auténtico y el impostor.
Mientras muchos se conforman con lo obvio, aquellos verdaderos artistas se aventuran a descubrir la belleza en lo desconocido y la plasman con maestrı́a en sus creaciones.
Por ello, me atrevo a afirmar que esta pregunta merece un artículo y una interpretación personal, pues nos impulsa a cuestionar y explorar nuestra propia esencia.
El viaje hacia la madurez y la independencia no es una simple transición de la infancia a la adultez.
Siguiendo las palabras de Nietzsche, este proceso se asemeja a una esclavitud que antecede a la ansiada liberación. En nuestra juventud, nos vemos obligados a acatar las reglas impuestas por nuestros padres, mientras que, al mismo tiempo, nace en nosotros una incipiente conciencia de nuestra propia autonomı́a.
No obstante, en este tránsito, a menudo sacrificamos parte de nuestra inocencia y singularidad para adecuarnos a la cultura y la sociedad en la que vivimos. Pronto dejamos atrás la frescura y espontaneidad de nuestra niñez y nos vemos arrastrados por las etiquetas que la sociedad nos impone.
Las etiquetas, derivadas del trabajo, la familia, la fama o el dinero, nos constriñen y encasillan.
Con el tiempo, nos adaptamos a la etiqueta que mejor nos define, pero esto limita nuestro potencial de crecimiento y descubrimiento.
¿Acaso ser un buen padre, un abogado exitoso o cualquier otro título predefinido es lo que anhelamos?
Estas etiquetas nos arrebatan nuestra verdadera esencia y nos impiden explorar nuevas facetas de nuestra existencia. La pregunta que nos desafı́a es clara:
¿Quiénes deseábamos ser antes de convertirnos en adultos?
Este interrogante, tan profundo como inquietante, puede revelar respuestas inesperadas ocultas en los recovecos de nuestro pasado.
A medida que crecemos, perdemos la inocencia propia de la infancia y nos enfrentamos a la cruda realidad de la vida, con todas sus tragedias y desafı́os. Es natural que muchos se sientan abrumados y desesperanzados. Una pérdida, un revés inesperado, puede cambiar nuestra perspectiva y extinguir la ilusión que alguna vez tuvimos.
No obstante, recuperar la esencia perdida es una travesı́a que requiere meditación y paciencia. Debemos esforzarnos por descifrar la imagen borrosa que teníamos en nuestra juventud, cuando no comprendı́amos del todo la vida pero ansiábamos vivirla intensamente. Esta tarea no es sencilla, pues a medida que crecemos, nos percatamos de que la vida no es un camino de rosas.
Nos encontramos con jefes despiadados, compañeros críticos, familias fracturadas, enfermedades y momentos de bancarrota. La vida está plagada de golpes que nos sumergen en la oscuridad y, si aún no te han alcanzado, créeme, llegarán.
Muchos se sienten derrotados frente a estas adversidades, pero afirmo que la mejor manera de encarar la vida es recuperando la inocencia y la ilusión de la infancia, ahora acompañadas por la sabidurı́a y prudencia que la edad adulta nos ha brindado. Al fusionar ambos elementos, podremos navegar por las aguas turbulentas de la existencia con mayor esperanza.
En este viaje introspectivo, en búsqueda de quiénes éramos antes de que el mundo nos definiera, nos reencontramos con una parte de nosotros mismos que habíamos dejado atrás. Recuperar esa inocencia y singularidad nos brinda la oportunidad de explorar nuestro potencial sin límites y de descubrir un propósito más auténtico en nuestras vidas.
Por tanto, apreciado lector, te invito a cerrar los ojos por un instante y evocar quién eras antes de que el mundo te impusiera tu identidad.
Abraza esa esencia perdida y camina con la sabidurı́a de la experiencia y la frescura de un corazón inocente. Solo ası́ podrás desentrañar un universo de posibilidades que aguarda en tu ser, dispuesto a ser explorado y compartido con el mundo.
Atrévete a dudar.