La mente es algo muy complicado de ello no hay duda.
Esto no implica que no haya que indagar en ella, aunque no sepamos hasta donde llega el fondo del inconsciente.
Una figura de reconocido renombre, Carl Jung y sus palabras, pueden servir de manera extraordinaria para tal tarea imposible pero necesaria.
¿Qué secretos encierra, pregúntate, el vasto abismo de nuestros pensamientos?
¿Desde qué recónditos confines surge ese germen misterioso que llamamos pensamiento, huyendo de su origen hacia la superficie de nuestra consciencia?
El ámbito de los sueños, aquel etéreo escenario donde el tiempo y la razón pierden su imperio, es otro campo de batalla de nuestra indagación.
¿Por qué, te interrogas, unas veces paseas por sus paisajes como un mero espectador, mientras otras, tal vez bajo el influjo de la luna o los astros, su portal permanece cerrado a tu paso?
En las laberínticas profundidades del alma humana, el Carl Jung, nuestro peculiar protagonista, esgrimı́a su intelecto como si fuese una fina espada, tratando de descifrar los misterios del inconsciente.
Sus reflexiones demuestran que el inconsciente no se trataba, de un mero b aul donde se acumulan vivencias olvidadas, o donde se esconden, cual espectros, las heridas que nos marcan a lo largo de nuestra existencia.
No, lector, ahı́ no acaba la historia.
Jung despliega ante nosotros un mapa enigmático, donde el inconsciente, lejos de ser una simple maleta de recuerdos, adquiere una relevancia capital, se transforma en el pilar que da sostén a nuestra conciencia.
Podemos decir que tu conciencia, esa parte la cual eres presente, es un trozo de hielo de la punta de un iceberg llamado inconsciente.
Ya puedes ver como Freud abrió la puerta, pero fue Jung el que muestra el laberinto del inconsciente.
Por tanto, podemos asumir que estas experiencias humanas, conscientes y ” racionales”, tienen su origen en esta estructura profunda e inconsciente.
Jung la denomina el anima y el cristianismo la denomina el alma.
Esta estructura está compuesta por patrones de comportamiento específicos que solo los humanos podemos ofrecer una interpretación, causado por la revolución cognitiva, es decir, la creencia en ideas como puede ser la concepción de matar está mal.
¿De dónde viene tal concepción?
Según Carl Jung, por encima de esta estructura se encuentran las representaciones simbólicas de estos patrones, siendo su máxima expresión el arte: la mitologı́a, la religión, la música o la pintura. Absolutamente todas las manifestaciones del arte tienen su origen en esta estructura inconsciente.
Son el medio que el individuo usa para expresar aquello que no comprende pero que le atrae.
Es como cuando ves una película o tienes una conversación profunda y pierdes la concepción del tiempo.
¿Quién dicta lo que te interesa?
En la inabarcable escena de la existencia, nos movemos como actores inmersos en un drama de proporciones cósmicas, interpretando a la humanidad sin poseer un guion definido de qué significa ser humano.
Hemos asumido este rol desde un punto remoto en la línea del tiempo, hace unos 14.000 años, con el despertar de la revolución cognitiva. De la misma manera, encarnamos la esencia de los mamíferos desde que la herencia evolutiva nos ha designado como tales, hace millones de años.
Con la irrupción de la revolución cognitiva, la luz de la consciencia iluminó no solo nuestros actos, sino también el escenario donde estos se desenvuelven. Comenzamos a percibirnos a nosotros mismos y a otros, sumergiéndonos en una reflexión que trascendı́a la mera supervivencia.
En esta nueva dinámica radica la semilla del aprendizaje, una noción que en cierra en sı́ misma un eco de la filosofı́a más pura y de la psicologı́a más profunda. Aprendemos a través de la imitación, ensayo y error, un ritual ancestral que recuerda el pulso vital de la adaptación.
Por tanto, esos comportamientos tan antiguos y profundos se han transmitido de generación en generación y se han adaptado a las distintas sociedades. Sin embargo, los pilares de esos comportamientos sı́ se mantienen, debido a su antigüedad milenaria.
Un ejemplo claro de esta representación de esos patrones y esta estructura es el drama, que es la representación abstracta de esos patrones de comportamiento.
Carl Jung los denomina arquetipos. Cosas como el amor, el odio, la muerte o el renacimiento son pequeñas manifestaciones de los arquetipos.
Arquetipos que los puedes observar cuando tu equipo favorito marca un gol que le da la victoria en el último minuto y de repente sin control, ni explicación alguna todos los aficionados se levantan y pierden su conciencia para a dentrarse en una representación arquetı́pica donde miles y miles de personas de ponen a celebrar y gritar el gol en el estadio.
Por ejemplo, si le preguntas a cualquier español donde estaba cuando Andres Iniesta metió el gol en Sudáfrica, te lo puede relatar. Y en esta situación ya no fue solo un estadio, fue un paı́s.
Durante unos minutos más de 40 millones de personas pararon su vida par a celebrar un gol. Algo banal e irrelevante para una mente racional pero comprensible para el ser humano.
Nos enfrentamos, querido lector, a enigmas cuya complejidad desafı́a el límite de nuestra cognición y razón. Necesitamos moldear estas incógnitas en formas abstractas, creando un lenguaje propio que nos permita vislumbrar su esencia y dotarlas de sentido.
Los arquetipos se erigen como titanes en la penumbra. Son patrones ancestrales que representan una estructura profunda y oculta, cuyos cimientos se hunden en los albores de nuestra historia, extendiéndose por miles de años.
Atrévete a dudar.