¿Cuándo ha sido la última vez que prestaste verdadero do al canto de la palabra ajena?

No me refiero a oı́r, sino a escuchar, a desplegar el manto de la atención y a brazar con ello la voz del otro. Es una pregunta que conviene rumiar en el si encio de nuestro ser, pues, aunque en la infancia nos mandan a escuchar, no suelen enseñarnos mo hacerlo.

Durante el último año y medio, me he embarcado en un viaje de descubrimiento, un periplo del espíritu que resulta paradójicamente elusivo, a pesar de ser una cruzada meramente interior. Intento aprender a escuchar, y me he hallado frente a un desafı́o de enormes proporciones.

Pero vale tanto la pena dominar la escucha, te convierte en alguien poderoso querido lector.

¡Oh, la dulce escucha, arte sublime y a la vez esquivo! Quien consigue adueñrse de ella, asegura su estima en cualquier sociedad, sin que importe la cultura o las creencias que allı́ imperen. Es el sello de los grandes líderes, aquellos que saben degustar el vino de las palabras ajenas sin que estas dicten su camino.

No obstante, pocos son los que realmente dominan este don.

Escuchar es una lección compleja de aprender e interiorizar. Desde que somos pequeños aprendemos a escuchar, pero muchas veces, lo hacemos de manera inconsciente y automatizada. Es como si descubrieras que toda la vida has llevado mal el mandoble. Cambiar un hábito tan arraigado requiere un esfuerzo digno de caballeros andantes.

Muchas veces, al conversar, nos preparamos para la batalla, no para la común comprensión. Nuestro objetivo es ganar, exponer nuestros argumentos y convertir al otro en un contrincante. Pero,
¡ay!, a veces, lo hacemos para inflar nuestro ego, sin preocuparnos de lo que el otro tiene para decir.

Pero existe un camino menos trillado, un sendero que pocos conocen y aún menos recorren: escuchar de verdad. Aceptar que la otra persona puede tener una historia que contar, una lección que enseñar. Implica abrirse al descubrimiento, a la posibilidad de aprender algo nuevo sobre nosotros mismos.

Escuchar de verdad puede transformar una conversación en un baile, en un intercambio que enriquece a ambos danzantes. Pero hay que estar alerta, pues siempre habun susurro interno que buscará la victoria, que querrá que el otro te proclame vencedor. Si logras dominar ese ego, podrás descubrir cosas que ni siquiera sabı́as de ti mismo.

Según el insigne Carl Rogers, este tipo de conversaciones nos ayudan a ser mejores personas, a obtener una versión más completa de nosotros mismos. En especial cuando hablamos de aquellos temas que nos duelen y nos causan pesar.

En última instancia, esta es la labor del buen psicólogo: escuchar. No proporcionar consejos ni recetas mágicas, sino simplemente escuchar. Si tu psicólogo te dice mo vivir tu vida, estás frente a un impostor, no a un profesional.

Por tanto, os insto a ejercer este noble arte de la escucha. Observaréis mo en vuestra mente surgen imágenes, palabras e ideas mientras habláis. No con el fin de dirigir la conversación, sino para que la otra persona pueda ver el efecto de sus palabras en vosotros. No se trata de convencer, sino de compartir, de aprender, de entender.

Ası́ pues, os garantizo que si practicáis el arte de la escucha, la gente os contará maravillas más alde vuestra imaginación. Es raro hallar a alguien que de verdad sepa escuchar, y si tenéis a alguien ası́ en vuestra vida, tenéis un motivo para dar gracias.

En la próxima conversación que tengáis, os propongo un desafı́o: hablad lo cuando hayáis sido capaces de entender y resumir las ideas del otro. Intentad fortalecer sus argumentos, en lugar de desmontarlos. Veréis mo florece la conversación y, quizás, descubrirás is algo que no esperabas.

Escuchar es un arte. Un arte que, si se domina, puede cambiar tu destino y el de aquellos que te rodea.

Atrévete a dudar.

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