En el vasto océano de la existencia, nos encontramos constantemente en un vaivén entre lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. En medio de esta danza eterna, una idea trascendental emerge, tejiendo hilos invisibles que conectan los misterios de nuestra propia naturaleza.
Fue Carl Jung, una de las mentes más brillantes del siglo XX, quien desveló un enigma cautivador en su libro “Arquetipos e Inconsciente Colectivo”: el Círculo de la Circunvalación.
En cada instante de nuestra vida, llevamos en nosotros un potencial infinito para transformarnos en seres superiores o inferiores a nuestro estado actual. Somos seres en constante evolución, en perpetua búsqueda de una versión mejorada o empeorada de nosotros mismos.
Pero,¿qué desencadena este potencial latente?
La respuesta yace en el interés que nos despiertan las cosas que nos rodean.
Las cosas que nos generan interés y nos impulsan a la acción son las que ver daderamente nos transforman y nos hacen crecer como individuos. Este fenómeno, a menudo malinterpretado como algo místico o filosófico, tiene raíces más profundas de lo que imaginamos en nuestra propia biología.
Un neurotransmisor juega un papel fundamental en este proceso: la dopamina. Al final del día, la dopamina se convierte en el eco de nuestro cuerpo, señalándonos que estamos haciendo algo que nos gusta, incluso si eso puede resultar perjudicial, como fumar un cigarro. Pero,
¿Qué sucede cuando nos enfrentamos a desafíos que requieren un esfuerzo?
Cuando nos encontramos con una nueva aventura, ya sea escribir una tesis, enamorarnos de alguien o perder peso, debemos comprender que nuestras primeras decisiones y acciones serán torpes y estarán llenas de errores.
Como nos enseñó Nietzsche,”el tonto precede al maestro”.
Pero en medio de nuestras imperfecciones, se encuentra una semilla de progreso. A medida que avanzamos en esta intrincada aventura, nuestro entorno se transforma, y nosotros con él. A veces, nos vemos obligados a dar giros de 180 grados, aprendiendo lecciones que cambian nuestra perspectiva. Nos convertimos en seres diferentes, y en cada paso atrás, nos acercamos a la verdadera transformación.
La aventura que emprendemos no sigue una línea recta, es un camino misterioso. Percibimos una trayectoria lineal porque el tiempo, en su fluir inexorable, nos da esa ilusión. Pero, en realidad, estamos danzando alrededor de nuestro objetivo y de la persona en la que deseamos convertirnos. En este viaje, nos despojamos de partes de nosotros mismos que ya no son útiles, como los niños que dejan atrás sonidos infantiles al aprender un nuevo idioma. En ese proceso simbólico de desprendimiento, nos liberamos de las ataduras que nos impiden avanzar.
¿Cómo trascender nuestra naturaleza de seres imperfectos para convertirn os en maestros de nuestra propia existencia?
La respuesta radica en la conciencia de que cada paso en nuestra aventura nos transforma y nos permite enfocar mejor nuestras acciones. En medio de las turbulencias y los giros inesperados, hallamos un progreso constante. Aunque retrocedamos, somos diferentes a quienes éramos antes de dar esos pasos atrás. La verdadera esencia de esta travesía radica en convertirnos en la persona en la que deseamos convertirnos, más allá de cualquier objetivo tangible.
En el laberinto de la existencia, danzamos entre la sombra y la luz, entre la imperfección y la superación. El enigmático Círculo de la Circunvalación revela que somos arquitectos de nuestro propio destino, capaces de convertirnos en maestros de nuestra propia transformación.
En cada tropiezo, se esconde la semilla del crecimiento, y en cada giro incierto, encontramos la magia de reinventarnos.
Atrévete a dudar.