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El comunismo y la ironia social.

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El Manifiesto Comunista: ¿Interesante? Sı́. ¿Un experimento exitoso? Eso es discutible.

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El Manifiesto Comunista: ¿Interesante? Sı́. ¿Un experimento exitoso? Eso es discutible.

Resulta que este experimento ha salido mal, no una, sino varias veces a lo largo de distintas culturas y épocas. ¿Acaso es una coincidencia que siempre tenga el mismo desenlace?

Consideremos un momento a Mao Zedong. Se le atribuyen 78 millones de muertos, y esto es lo mínimo, ya que algunas estimaciones son aún mayores. Pongamos esto en perspectiva. En la Segunda Guerra Mundial, murieron entre 70 y 83 millones de personas. El terror y el horror de ese conflicto bélico, ¿no podrı́an equipararse a esta dictadura comunista? Pero claro, no debem os olvidar a los otros: Stalin, Milosevic, Salvador Allende, Fidel Castro, Kim Jong-il, Trotski…

Por supuesto, hay quienes, en su infinita sabidurı́a, defienden el sueño utópico del comunismo. En su miopı́a, parecen ignorar a grandes pensadores como Nietzsche o Dostoievski, quienes han mostrado que nosotros, los seres humanos, no anhelamos ese sueño utópico de perfección y felicidad.

¿Quiénes somos nosotros para contradecir a estos intelectuales?

Ahora bien, si miramos al otro lado del espectro, encontramos el nazismo.

¿Qpodemos decir del nazismo?
¿No es curioso que nuestra sociedad lo tenga tan claro cuando se trata de es ta ideologı́a?

Condenamos el peligroso pensamiento nazi de organizar una sociedad basada en atributos físicos, enviando a quienes no los cumplen a una cámara de gas.

¿Por qentonces es tan difícil condenar igualmente el peligroso pensamiento comunista de otorgar al Estado la capacidad de distribuir competencias, riquezas y habilidades a los individuos según un criterio racional?

Estos son dos criterios peligrosos.
¿No es sorprendente mo una gran mayorı́a de personas repudia a uno y defiende a otro? ¿Es que acaso vivimos en un mundo al revés?

Esto, queridos lectores, es algo que se me escapa de la comprensión.

Después de haber leído y analizado la teorı́a del comunismo, su crítica, su apoyo y su práctica en la URSS o en la China de Mao, tengo que preguntar: ¿No es evidente el patrón? A pesar de las diferencias culturales, el resultado es el mismo: un genocidio sistemático.
¿Cuántas veces necesitamos probar el experimento del comunismo antes de que aceptemos la evidencia?

Basta con mirar a Cuba o a Venezuela. La gente se muere allí en las calles.

¿Es esta la utopı́a que defienden? O tal vez prefieren el modelo de Corea del Norte, donde la gente no solo come heces para sobrevivir, sino que puede ser enviada a la cárcel por ello.
¿Habrı́a que celebrarlo como una innovació n en la dieta?

Yeomi Park, esa valiente mujer norcoreana que escapó y nos mostró la realidad de Corea del Norte, ahora espagando el precio: el gobierno comunista norcoreano quiere matarla. Eso es el comunismo. Y me da igual cuántas personas lo defiendan. Con el tiempo me he dado cuenta de que la mejor solución es mantener la distancia.

No es cuestión de cobardı́a, es cuestión de sentido común. Como dice el viejo adagio: «No hay mayor ciego que el que no quiere ver».

Y aquel que hoy defiende el comunismo no solo no quiere ver, ha preferido arrancarse los ojos antes que admitir que el comunismo es un sistema que termina de manera sistemática en un genocidio descontrolado.

En resumen, la historia habla por sı́ misma. La defensa del comunismo, a pesar de las repetidas tragedias que lo acompañan, es una elección voluntaria de la ceguera frente a la realidad.

La lección más cruda es que no importa cuánto deseen algunos idealizarlo, el comunismo, al igual que cualquier sistema que pretenda imponer una única visión de la perfección, se convierte irremediablemente en una máquina de opresión y muerte. Es la pesadilla que nos negamos a despertar, un sueño utópico que termina, de manera sistemática y predecible, en un genocidio descontrolado.
¿Cuántos más deben caer antes de que reconozcamos esta terrible verdad?

Atrévete a dudar

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